Porque el género es una relación social de poder que se amalgama con otros condicionamientos socioculturales, políticos y económicos, con efectos que son tanto materiales como simbólicos: constituye nuestras ideas y modos de ser, y también nuestras experiencias y oportunidades de vida.
Estas premisas configuran, desde nuestra niñez, prejuicios, prácticas discriminatorias y estereotipos de género como mandatos acerca de cómo debemos y podemos vivir y desear.
La desigualdad atraviesa así, de manera compleja e incluso a veces imperceptiblemente, la vida cotidiana de las comunidades, las familias y los jardines, y se acrecienta cuando se trata de niñas, de mujeres ancianas, mujeres migrantes o mujeres indígenas.
En contraste con un mandato biologicista, binario y excluyente, que prefigura y naturaliza una única forma de ser como mujeres, esta fecha pone de relieve que se trata de una categoría social y política cuyo contenido no está exento de luchas y negociaciones acerca de quiénes somos y cómo nos significamos, qué deseamos y cómo podemos vivir las mujeres, los hombres y cualquier identificación sexo-genérica posible.
El 8 de marzo se presenta una vez más como ocasión para repensar los jardines de infantes en sus múltiples intersticios: desde la manera en que concebimos el propio lugar docente y organizamos la enseñanza, las relaciones que establecemos con los grupos familiares (cómo pensamos la maternidad y paternidad y la distribución de tareas dentro de las familias) hasta las decisiones sobre las propuestas didácticas y los modos en que intervenimos en relación con las interacciones y dinámicas grupales.
Construir escuelas más justas en términos de la igualdad de género, es un trabajo cotidiano, paciente, atento a los detalles y sostenido en el tiempo, en el que las y los docentes tenemos la responsabilidad de poner en cuestión nuestro sentido común y nuestras prácticas. Para ello, los espacios compartidos entre colegas resultan indispensables de modo que las otras miradas permitan interrogar y enriquecer la propia. Sin duda, esta fecha se vuelve una ocasión para profundizar la perspectiva de género en la búsqueda por desnaturalizar, con niñas y niños, los sentidos tradicionales de la feminidad y masculinidad, dentro y fuera del jardín, y su íntima relación con la legitimación de las desigualdades, poniendo de relieve sus propias voces.
Las iniciativas pedagógicas en torno a estas temáticas, antes que prescribir formas correctas y deseables de comportamiento –sea cual fueren–, son una valiosa oportunidad para cuestionar las formas establecidas e instalar la pregunta por la justicia respecto de estas construcciones.
Se trata de continuar imaginando y fortaleciendo un modo de hacer escuela que promueva experiencias de vida más igualitarias para las niñas y los niños en tanto condición necesaria para garantizar la defensa plena de los Derechos Humanos.
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